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jueves, 21 de agosto de 2014

The Pokémon Revolution. Capítulo II


Desde Ciudad Azafrán a Ciudad Carmín no hay mucha distancia y, en apenas dos horas, Rangelus ya veía la luz al final del túnel. El Darmanitan ya había salido y le ofreció su gran puño para ayudarle a subir a la superficie.
Estaban en Ciudad Carmín a pocos minutos al oeste de la cueva Diglett. No había ningún Pokémon sobrevolando su entrada. Quizás se había escondido dentro para no ser descubierto, pero no era así; dentro no había nada más que tierra y basura (los Diglett que solían vivir allí tuvieron que migrar por culpa de los humanos).
Rangelus no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, pero sabía que tarde o temprano acabarían encontrándolo y quién sabe lo que le harían. Tenía que pensar rápido, encontrar al Fearow y salir de allí. Quizás con la ayuda del Darmanitan lo conseguiría. Rangelus se dio la vuelta para hablar con él, pero tampoco estaba allí. Su misión era llevarle a esa ciudad, lo hizo y se fue. Un Pokémon obediente y precavido, aunque no muy útil en aquella situación. Tendría que arreglárselas solo.
Se dirigió a la ciudad y se escondió detrás de unos árboles pocos metros antes de llegar al puerto, en el que había atracado un buque de carga.
Detrás de él solo había más árboles, pero, por un momento, le pareció oír un susurro, como si alguien le llamara. No le dio importancia pero el sonido seguía y era cada vez más fuerte, hasta que se asemejó a la voz de una persona. Rangelus decidió no moverse y pensar: podía ser una persona, podía ser alguien que le estuviera buscando igual que buscaban a su padre. Al final, le habían encontrado y sí que tendría problemas.
Todas estas ideas le vinieron a la cabeza como el agua de una presa desbordada e, inmerso en sus pensamientos, no le dio tiempo a reaccionar cuando aquella persona le asió del hombro y le empujó hacia atrás. Su primer instinto fue gritar, pero el chico (cuya cara le resultaba extremadamente familiar) le tapó la boca con la mano. En aquel momento pasaron cerca de ellos (aunque no lo suficiente para que los descubrieran) un par de hombres vestidos de negro.
—Por aquí lo encontramos.
—Más te vale que haya algo más, un Pokémon solo no nos sirve de nada.
—Oye, ¿has oído hablar de ese tal Sr. Negro?
Los hombres ya se habían alejado demasiado como para seguir oyendo su conversación más que un murmullo, pero esas palabras eran suficientes para que Rangelus sospechara que fueron ellos quienes atraparon al Fearow, y que tendría problemas si descubrían el túnel por el que había llegado a la ciudad.
Aunque no había pensado mucho en ello, pudo recordar quién era el chico que ahora estaba sentado a su lado.
—Tu padre me dijo que podrías necesitar ayuda.
—¿Ayuda para qué?
—Tu padre piensa que están pasando cosas muy malas y, por algún motivo, cree que tú puedes resolverlo.
—¿Qué insinúas?
—¡Vamos, mírate! No eres más que un niño y ni siquiera tienes un Pokémon.
Eso le recordó al Pokémon que tenía dos años antes, aunque solo estuvo con él unos meses, aunque ni siquiera fue capaz de derrotar a Misty para conseguir su primera medalla, separarse de su Fennekin fue lo más duro que tuvo que hacer jamás.
—No me malinterpretes, Rangelus, pero esto te viene grande. Están pasando cosas que ni siquiera eres capaz de comprender. Será mejor que te vayas lo más lejos posible. Si hace falta te acompañaré hasta que estés a salvo, pero…
Antes de terminar la frase, miró a través de los árboles hacia el camino para ver que los pasos que se escuchaban eran de cuatro hombres vestidos de negro.
—Ya saben que estás aquí. Será mejor que nos demos prisa. ¿Has visto el barco del puerto? Va a Hoenn, allí estarás a salvo.
—No, tengo que salvar a Fearow.
—¿Estás loco?
—Mi padre me dijo que volara con Fearow y es lo que voy a hacer. Mi padre confía en mí y no le defraudaré. Si no quieres acompañarme, me iré yo solo.
Rangelus Se levantó antes de que Gabi Berlitz (un antiguo vecino suyo) pudiera seguir rechistando y se dirigió rápidamente (aunque con sigilo) hacia la ciudad, donde habían cientos de hombres de negro… y el Fearow.

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Solo soy una escritora novata pero, como dijo el gran Richard Bach: «un escritor profesional es un amateur que no se rinde», y no pienso rendirme.

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