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lunes, 11 de agosto de 2014

Capítulo V: Zere

—¡Ey!, vas de fracaso en fracaso —le dijo una voz que identificó como la del joven Éleon, el Éleon que soñaba con ser Guardián y ser el mejor de todos.
Éleon meditó aquella frase, meditó sobre la voz que la pronunció —podía incluso imaginar al Éleon adolescente de pie frente a él, avergonzándose del fracaso de hombre que aún no se había atrevido a levantar las manos del suelo—, y meditó lo que diría después.
—Ya… Por lo visto eso es lo que me toca ahora _respondió sin levantar la mirada del césped.
—¡Pero qué dices! Si no eres tan viejo, aún te quedarán un par de años buenos.
Esa otra voz hizo que se esfumara el joven Éleon y en su lugar apareciera un niñato insolente.
Éleon dirigió su mirada hacia arriba, ascendiendo por las botas de cuero marrón, el pantalón negro y la túnica blanca característicos de los centinelas, hasta llegar al niñato insolente, que se puso en cuclillas para estar a su altura.
Se le quedó mirando con una sonrisa estúpida. Éleon también lo miró, inexpresivo, durante unos segundos; luego se levantó con calma, se sacudió las manos y las rodillas —que soltaron pequeñas tiras de hierba— y respondió:
—¿Qué edad te crees que tengo, enano?
—Pues, no sé… unos cuarenta y tantos —contestó sin reparo.
—Muy gracioso…
Éleon se dio la vuelta, avanzó unos pasos y miró a la luna; agarró la cruz plateada que colgaba de su cuello y la levantó, colocándola en la trayectoria de su vista.
—Espera —musitó el chico.
Éleon bajó la cruz y giró la cabeza lo suficiente para verlo de reojo.
—¿Qué pasa? A los limpiadores no les gusta que sigamos por aquí cuando llegan.
—Nada… —Éleon volvió a mirar a la luna— es solo que, hoy me he tenido que enfrentar a unos perros y…
—¿Y qué, has tenido algún problema?
—¡Claro que no! —exclamó el chico como si realmente le hubiera ofendido— Yo no soy tan malo como tú.
«Eso duele…», pensó Éleon mientras lo miraba con todo el odio del mundo.
El chico bajó la cabeza.
—¿Tú recuerdas algo de tu vida? Ya sabes, antes de… morir —Su tono había cambiado radicalmente.
Éleon permaneció inmóvil durante unos segundos; la gente no solía hablar de esas cosas. Luego se giró para mirar al chico de frente. Éleon no se caracterizaba por su empatía precisamente —eso era cosa de Werien—, pero habría asegurado que algo le preocupaba. Entonces respondió:
Si no me lo hubieran dicho en la academia, ni siquiera sabría que tuve una vida mortal.
—Ya… —La voz del chico casi fue imperceptible.
¿Podemos irnos ya? —Intentó que sonara lo más amable posible, pero ni él mismo se lo creyó.
—Claro…
El chico sacó del bolsillo derecho del pantalón una cruz algo más pequeña que la de Éleon; se la quedó mirando un instante y luego se acercó a Éleon, que le había estado esperando con su cruz ya en alto. Al llegar a su lado, Éleon lo miró disimuladamente por encima del hombro; en aquel momento no parecía tan irritante. Un halo azul envolvió ambas piezas de plata y luego alcanzó a los dos centinelas, elevándolos en el aire a gran velocidad hasta que se perdieron entre las estrellas.
A lo lejos, desde el balcón, una niña pidió un deseo.

El edificio de la Guardia ya estaba prácticamente vacío; tan solo los veteranos Bawon, Korol, Uuen, Orad y Nalron, centinelas de toda la vida —eso decían ellos—, permanecían allí bebiendo y riendo recordando sus buenos tiempos, cuando el Centinela de la Noche era un oficio digno y todos los jóvenes rebeldes querían llegar a ser uno de ellos. Orad presumía de lo popular que solía ser entre las chicas.
También estaba Werien allí, sentado a la mesa más cercana a la derecha del portón de madera con un vaso de tubo vacío. Miraba al vaso fijamente rodeándolo con las manos sin tocarlo, como si intentara moverlo con la mente. Al oír el crujido del viejo portón, volvió en sí y vio Éleon y al chico acercarse.
—Gracias por traerlo —le dijo al chico.
—De nada, jefe —le respondió enérgicamente.
Éleon miraba al suelo y Werien al chico, haciéndole gestos con la cabeza que tardó en comprender.
—Bueno… Yo ya me voy —dijo finalmente dirigiéndose a la derecha de la barra del bar, donde había una puerta que daba a la cocina y unas escaleras que subían a las habitaciones del personal.
—Espera… —Éleon levantó la cabeza por fin e interrumpió los pasos del chico.
El chico obedeció y se giró para escuchar lo que tuviera que decir.
—No pretenderás que te llame enano toda la vida.
—¿Qué?
—Tu nombre, enano, aún no me lo has dicho.
El chico comenzó a reírse a carcajadas. Cuando hubo acabado, se acercó a Éleon, le extendió la mano y dijo:
—Me llamo Zere, encantado.
Éleon miró la mano estirada a la altura de su cintura un segundo. Luego la despreció apartándola de un manotazo.
—¿Pero qué te has creído, enano?
—Sigues siendo un borde —rechistó con los mofletes inflados antes de reiniciar su camino hacia las escaleras.
—¿Por qué haces eso? —replicó Werien viéndolo desaparecer tras el muro que separaba el salón de las escaleras— Es un buen chico —Luego miró a Éleon.
—Solo me divierto un poco —respondió Éleon mirando aún hacia el fondo del salón.
—¿Y hoy te has divertido con Myall?
Éleon le dirigió la mirada a Werien
—Con respecto a eso, agradecería que no lo volvieras a hacer.
—Ya, realmente pensaba que eras mejor que él comentó Werien moviendo la cabeza a los lados en un gesto de desaprobación.
—¡Ja, ja! Y lo dice el que nombraron capitán porque era demasiado malo para el campo de batalla.
—Sabes bien que siempre he podido contigo.
—Claro que sí… —Werien pilló al vuelo su sarcasmo.
—Quizás deberías tomarte unos días de descanso —Werien retomó el tema indeseado acompañándolo con una expresión seria.
—Y tú deberías dejar de intentar resolver mis problemas —Éleon también adoptó un semblante serio con cierta rabia en su tono.
—Me conformo con que admitas que tienes problemas.
Éleon apartó la vista de su amigo cruzó los brazos.
Mira, Éleon —Era una expresión más que una orden, pero Éleon obedeció—. Intentas hacer las cosas rápido, te precipitas y te lanzas sin pensar en las consecuencias, y te ha salido bien… hasta ahora.
—Myall puso una bomba en la habitación del niño —le interrumpió.
—No seas infantil. Deberías intentar hacer las cosas bien a partir de ahora; inténtalo al menos. Sabes que puedes hacerlo, ya lo hacías antes de que…
—Ya…
Éleon volvió a apartar la mirada a un lado.
—Lo siento…
A Werien no le gustaba recordarle aquel tema, ni era su intención hacerlo en aquel momento, simplemente, salió. Ya solo esperaba que le ayudara a recapacitar, solo eso.
—Mañana no hay entrenamiento —Werien intentó cambiar de tema.
—Sé perfectamente cuando hay entrenamiento, no hace falta que me lo recuerdes siempre.
—Lo siento. Puedes irte a casa si quieres.
Éleon se marchó sin decir nada más, ante la atenta mirada de Werien, que resopló echando la cabeza hacia atrás cuando desapareció tras la puerta.

Amaneció demasiado pronto pero, como cada día, Éleon abrió los ojos con el primer rayo de sol que asomó por la ventana abierta. Daba igual cuanto hubiera dormido la noche anterior, da igual si las pesadillas, de las que nadie aparecía para protegerlo, no le dejaban dormir tranquilo. Igualmente, él tampoco cerraba la persiana para ganar más tiempo de oscuridad. Eso lo odiaba aún más.
No tardó en aparecer el alboroto del animado grupo de guardianes.
Éleon se quedó un rato boca arriba, con los ojos entreabiertos, mirando, pero sin ver, la grieta que el casero aún no había arreglado. Tan solo pensaba, soñaba, ya que era el único momento que podía controlar que sus sueños fueran agradables.
No le duró mucho, sin embargo. El ruido de una respiración a su izquierda le devolvió a la realidad. Giró la cabeza y reconoció aquella sonrisa estúpida y aquellos ojos verdes abiertos como platos.
Éleon soltó un gruñido, sin el que se vio incapaz de pronunciar una palabra; volvió a mirar al techo y entonces si vio la grieta, y la imagen de su casero le termino de estropear la mañana.
—¿Qué haces aquí y cómo has entrado? —En realidad no quería saber la respuesta, le bastaba con que se fuera, pero la pregunta le pareció obligada.
—¿A cuál respondo primero? —preguntó Zere con su irritable simpatía.
—Me da igual. Puedes no responder ninguna y salir de mi casa.
El chico comenzó a reírse creyendo, o fingiendo creer, que era un chiste.
—Quería pedirte un favor…
—Mal empezamos… —le interrumpió
Zere volvió a reírse.
—No es nada, simplemente tengo que ir a la cima a comprar unas cosillas y Werien me ha dicho que tú tenías que ir al sanador y que podríamos ir juntos.
Éleon dio un profundo suspiro.
—Werien…
«Algún día le mato», se dijo a sí mismo sabiendo que eso no pasaría. Miró al chico, que no se había movido un centímetro y supo que su día sería horrible.

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Solo soy una escritora novata pero, como dijo el gran Richard Bach: «un escritor profesional es un amateur que no se rinde», y no pienso rendirme.

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