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miércoles, 6 de agosto de 2014

Capítulo II: Myall

Finalizado el trabajo, Éleon regresó al cuartel de la guardia, donde le esperaba Werien como siempre había hecho, aunque, esta vez, era diferente; Werien parecía tranquilo, eso no era una novedad, siempre lo estaba, y aún más cuando debería estar alterado (como haría cualquier persona). Era Éleon el que apareció de un modo distinto: no había discusiones con Myall, ni peleas, ni siquiera caminaba junto al grupo que también volvía; simplemente avanzaba cabizbajo, sin percatarse de que había ignorado totalmente a su amigo al cruzar el portón del edifico de piedra.

Werien le asió del hombro y pronunció su nombre, aunque a Éleon tan solo le pareció un murmullo. Al darse la vuelta, observó la jarra que Werien le ofrecía antes de alzar la cabeza para mirar su rostro aún tranquilo.
—¿Qué ha hecho Myall esta vez?
Antes de permitirle responder, le ofreció asiento junto a una de las mesas que los Guardianes solían utilizar para jugar a las cartas mientras esperaban a que sus protegidos despertaran.
—¿Y bien?
Éleon miró hacia la entrada, donde aún seguía el grupo rememorando entre risas los mejores momentos de la noche, pero no encontró a Myall.
—No lo sé —respondió por fin—. Nada, supongo.
Su voz le recordó, por un momento, al Éleon que un día llegó a casa avergonzado por haber suspendido la prueba del arco en el colegio. Una voz que solo había escuchado dos veces, y la última aún trataba de olvidarla.
—¿Y tú? Dime, Éleon, ¿qué ha pasado? —Ahora sí parecía preocupado.
Éleon se pensó la respuesta unos segundos.
—Nada, solo estoy un poco cansado. La tormenta ha sido un poco más fuerte de lo que esperaba.
Werien le miró dubitativo, pero no insistió; sabía perfectamente que si no quería contarle la verdad, no podría convencerlo.
—Entonces vete a dormir. Mañana toca entrenamiento.
Éleon no dijo nada, tan solo se levantó y se marchó ante la mirada de Werien.
No podía dejar de pensar en cómo habría sido esa conversación si aquel chico no hubiera aparecido para acabar con la última bestia. Aquel chico, tampoco podía dejar de pensar en él. Éleon se había ido sin decirle nada, ni un mísero gracias, ni un…
—Ni un «me has salvado la vida, te estaré eternamente agradecido».
Esa voz no provenía de su cabeza, sino de un rincón de la calle que conectaba su casa con el edificio de la Guardia. Una farola iluminaba el montón de cajas de cartón apiladas junto a la entrada lateral del edificio de piedra, que daba al almacén de la cocina; y, sentado sobre ellas, también iluminaba a un chico que no había podido reconocer, aunque llevaba todo el rato merodeando en su cabeza, ya que en la habitación no había llegado a verlo con tanta claridad.
—Lo siento.
Fue lo único que dijo Éleon al verlo, y siguió su camino.
—No era eso lo que quería oír.
El chico había dado un salto y caminaba algo más deprisa para tratar de colocarse a su lado. Éleon lo miró de reojo y no dijo nada.
—Podrías darme las gracias al menos. El último al que se le escapó una pesadilla está ahora fregando platos en un albergue.
Éleon se mantuvo en su silencio.
—Se llama Stile y es bastante torpe, no sé cómo llegó a ser Centinela; y un poco borde, pero no tanto como tú. Si le hubiera salvado la vida, seguro que me lo había agradecido.
El chico dejó de hablar un instante y clavó su mirada en Éleon, quien dio un respingo al observar que, al contrario de lo que había deducido por el silencio, el chico seguía allí a su lado con una mirada de inocente curiosidad. Entonces Éleon no pudo evitar dirigirle la palabra, aunque con el único fin de librarse de él, puesto que no lo había conseguido con su silencio.
—No creo que haya sido para tanto.
El chico no se inmutó.
—He hecho cosas peores que fregar platos —Entonces dirigió su mirada al frente. El suelo ya había perdido todo su interés.
—Entonces, ¿qué te preocupa tanto?
Éleon volvió a mirarle sorprendido ante una pregunta tan directa.
—N-No me preocupa nada… solo estoy cansado.
—Vale, vale —Esta vez, el chico apartó la mirada de Éleon y la dirigió a sus botas de cuero marrón—. Pero yo sí estaría preocupado —murmuró.
Éleon se paró junto a la puerta del edificio a su izquierda y el chico hizo lo mismo. Luego suspiró y le respondió pensando en lo que le haría si volvía a dirigírsele con tanta insolencia.
—Mira, me habían herido y no pude llegar a tiempo al último que quedaba. Tú acabaste con él y eso está muy bien, pero ese es tu trabajo y no vas a obtener ninguna recompensa por ello.
—Yo ya había hecho mi trabajo, ese era el tuyo.
El chico se fue corriendo deshaciendo sus pasos hasta la Guardia y dejó a Éleon con la palabra en la boca, aunque, en realidad, no sabía que decir.
Cruzó la puerta y subió a su habitación y no volvió a salir de ella hasta que los gritos de los guardianes en la calle lo desvelaron.

Al llegar al campo de entrenamiento de la Guardia, ya estaban prácticamente todos allí: Myall, presumiendo de sus habilidades ante su grupo personal de lameculos; un gran grupo de hombres y muy pocas mujeres calentando; y el chico solo, extrayendo varias flechas de una de las dianas. Aún no había llegado Werien.
—¿Qué tal anoche, Éleon? —Le preguntó Myall con su característico tono fanfarrón y las risitas de sus amigos a su espalda.
—Vete a la mierda.
—¡Ja! Ahí es a donde te vas a ir tú, estrellita. Me han dicho que tuviste problemas con unos gatitos.
Conforme Myall se le iba acercando, el resto del grupo iba formando un semicírculo bastante irregular a varios metros frente a Éleon.
—¿Por qué no me dejas y te preocupas de tus cosas? —Éleon lo apartó de un empujón y se dirigió a la esquina este del campo, donde guardaban todas las armas de entrenamiento.
—Tranquilo —Myall volvió a caminar hacia él—, ya lo hago; con el de anoche conseguí completar doscientos ochenta y dos trabajos y ya mismo conseguiré ser Defensor. Así podré salvar a los niños de las pesadillas cuando tú la cagues.
Interrumpió su discurso con unas carcajadas, imitadas por sus compinches con unos segundos de retraso.
—Aún sigo por delante de ti, ¿recuerdas? Llegaré a ser Defensor antes que tú, te lo aseguro.
—¡¿Tú?! —Comenzó a andar más rápido— ¡Tú deberías estar pudriéndote en el infierno!
Ya casi le había alcanzado cuando una flecha, rozando su nariz, le obligó a detenerse. A su izquierda estaba el chico con el arco de nuevo cargado y apuntando hacia él. Salió corriendo y Myall trató de perseguirlo, pero Éleon lo agarró de los hombros y lo tiró al suelo.
Antes de que pudiera levantarse, Éleon se puso de rodillas sobre él y cargó el puño. Uno de los seguidores de Myall se sujetó el brazo, impidiéndole bajarlo y dándole la oportunidad a Myall de levantarse. El chico dejó de correr al ver que nadie le perseguía y se volvió para mirar cómo Éleon, agarrado por dos secuaces, le lanzaba una patada al aire para evitar que Myall se le acercara.
El chico volvió deprisa para tratar de ayudarle, pero antes que él apareció Werien, poniendo fin a la pelea.

El entrenamiento, trató que se desarrollara con la mayor normalidad posible, para lo que alejó a Myall y Éleon todo lo que la amplitud del campo le permitió. Antes de dar por finalizado el entrenamiento, Werien se llevó a Éleon a un rincón apartado del resto del grupo, aunque con ello no pudo evitar las miradas curiosas del resto.
—Mira, Éleon. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y sé que no eres mal luchador, al contrario, eres un gran guerrero, pero, anoche cometiste un error. Tu trabajo actual es el de Centinela y, como tal, no puedes abandonar tu posición a la ligera y dejar a un niño desprotegido. Así que, he tomado la decisión de que, a partir de ahora, vas a trabajar con un compañero.
Los gritos de enfado que profirió Éleon pudieron escucharse casi con total claridad desde donde se encontraba el resto del grupo.
—¡Éleon! —Este grito sí que se escuchó alto y claro y provocó unas risitas en casi todos los mirones— Solo lo hago por tu bien, no puedes permitirte perder este trabajo ahora que estás tan cerca.
—Fregar platos no es tan malo.
—No seas idiota, sabes que no tendrás esa suerte si vuelves a fallar.
—¿A quién tengo que aguantar?
Miró hacia el grupo, que intentó disimular al darse cuenta; pero su mirada iba dirigida exclusivamente al chico.
—Recuerda que lo hago por tu bien, así que… entenderás que si os pongo juntos, mantendrás tu ventaja…
La mirada que Éleon le dedicó podría haberlo matado.
—¿A quién tengo que aguantar? —repitió apretando los dientes.
—A Myall…

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Solo soy una escritora novata pero, como dijo el gran Richard Bach: «un escritor profesional es un amateur que no se rinde», y no pienso rendirme.

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